Convergencia (y XVI)
Fin
La caída no es del todo agradable para Aren, aunque el terreno ha sido movido por el paso de los grandes tanques y, quizá con más probabilidad, por la terrible explosión que lo mandó al otro lado del portal que ahora ha dejado de existir; un golpe desde cierta altura y velocidad siempre hace daño. Desorientado y dolorido se levanta con algo de dificultad, momento en el que un par de soldados de armadura se acercan para ver cómo está.
— Estoy bien, estoy bien — dice agitando una mano hacia los soldados para hacer ver que puede levantarse solo.
Los soldados se quedan mirando a Aren como se incorpora. A sus espaldas, un gran número de soldados de armadura escoltan, con armas en ristre a otros soldados que levantan la mano. Aren mira intrigado.
— Se rindieron nada más desaparecer el portal — dice uno de los soldados al percatarse de la mirada de Aren.
— Quizá lo tenían planificado — murmura Aren, que ahora vuelve a tocarse la vieja herida de la nuca como si volviera a sentirla — . ¿Saben dónde puedo encontrar al señor Friesenhaeuser?
— ¿Friesenhaeuser? — pregunta un soldado mirando a su compañero.
— El de las varas antipulso de esta avanzada — explica el otro — . Está con el grupo principal, distinguirás a su escuadra rápido — dice señalando hacia el contingente principal de soldados.
Aren asiente y comienza a moverse hacia el lugar que le ha indicado el soldado, despacio y acompañado por los soldados.
— ¡No soltéis las piquetas! — Josef reprime a uno de sus compañeros que ha dejado caer las varas que sostenía.
El hombre, sobresaltado, se agacha rápido y las recoge del suelo.
— Esta tecnología nos va a ser más útil ahora de lo que nos habría sido en la batalla — explica mientras ve al hombre recoger las varas.
— Señor Friesenhaeuser…
Josef se gira hacia la voz que lo llama y esboza una sonrisa, al percatarse de quién es el que reclama su atención, deja caer las piquetas al suelo y acelera el paso para abrazar al hombre del andamiaje entorno a su cuerpo. El hombre al que ha recriminado hace un momento bufa al verlo.
— ¡Señor Hagemann! — exclama Josef dejando el abrazo y posando su mano sobre el hombro de Aren — . Pensaba que se había quedado atrapado allí dentro, me alegra saber que ha podido retornar.
— Bueno, no ha sido tan complicado como esperaba al entrar volando envuelto en trozos de metal y fuego — afirma Aren sonriendo.
— Que sepa que me debe una armadura o, al menos, su reparación — dice Josef señalando con el pulgar a algún lugar a su espalda.
— No se preocupe, Friesenhaeuser, me pondré a ello en cuanto haya dormido sesenta y ocho horas seguidas. — Aren mira sus brazos cubiertos de tierra y hollín — Bueno, quizá me duche antes.
— Vamos, también debemos ver a los médicos, — Josef hace un gesto con la mano para que le acompañe — es imposible que no tenga algo roto.
— Quizá se me ha roto todo y por eso estoy bien. — Aren mira como Josef recoge las espigas que había tirado — La armadura puede que esté manteniéndome en pie. Aunque creo que no voy a decir puede, lo voy a afirmar.
Un cajón metálico
Josef camina por un largo pasillo de aspecto aséptico tirando de la manecilla de un cajón metálico con ruedas. Se para frente a una de las puertas del lugar y llama dos veces.
— Adelante — una voz contesta a la llamada desde el otro lado de la puerta.
Josef abre, ante él se encuentra Aren, sentado sobre una cama de sábanas blancas y vestido con una bata de tela de color azul claro. Cuando lo ve, no puede evitar sonreír al ver a su amigo.
— Como prometí, le traigo aquí su armadura — dice Josef — . No hemos tocado nada, solo la hemos analizado. Es un objeto con un potencial extraordinario para lo poco sofisticado de su factura.
— Poco sofisticado… — dice Aren entre risas y toses — . Es usted muy educado, señor Friesenhaeuser.
Josef inclina su cabeza a modo de reverencia, cuando vuelve a mirar a Aren su rostro tiene un sembante más serio.
— Supongo que se ha enterado de que estoy analizando los planos — dice Aren, suspicaz.
— Eso me han contado, pero, aunque parezca que le voy a dar una reprimenda por hacerlo, he venido a decirle que puede contar con nuestra ayuda en las nuevas instalaciones.
— Trabajar para vosotros antes de que vengan otros — comenta Aren sonriendo.
Josef posa su dedo índice en la nariz.
— La tecnología que tenemos no es la misma que trajo usted de su tiempo, ni la que trajeron los Extractores consigo; nosotros no podemos obtener esa tecnología de forma directa, por motivos obvios, pero sí la suya. Si nos la cede de buen grado, claro — explica Josef mientras se mueve por la habitación — . Ahora hay cierta competencia…
— ¿Competencia? — Aren mira extrañado a Josef.
— Bueno, cuando llegamos aceptamos las normas de este mundo, así que han decidido que el ejército de los que han llamado Extractores tendrán un juicio basado en sus leyes — explica Josef mirando hacia la puerta — . Pero en este mundo las leyes se pueden dejar de aplicar en situaciones de ventaja para el acusador.
— Pero han destruido parte del mundo, han matado a gente y sumido en un colapso energético — exclama Aren.
— Bueno, pero nuestra tecnología del futuro, puede hacer que este mundo supere ese trago de forma fácil y rápida ¿No le parece? — Josef se vuelve hacia Aren encogiéndose de hombros.
— ¿Y vosotros, no tenéis nada que decir? Destruyeron también vuestro mundo. ¿No merecen castigo por ello? Seguro que en este momento hay otra nueva línea temporal que están arrasando.
— Solo nos queda el consuelo de que se darán condenas ejemplares a muchos mandos importantes y a aquellos que no tengan nada con lo que negociar, una pena, porque quizá sean los que menos culpa tengan, los que se apuntaron para salvar su propio tiempo del colapso — dice Josef sin mucho convencimiento — . Aunque, claro, no serían tan inocentes si, como bien ha indicado, su modus vivendi durante siglos haya sido explotar los recursos de líneas temporales. Imagínese, infinitos recursos extraídos de infinitos planetas.
— Sospecho que vosotros también lo habéis sopesado — deduce Aren.
— Por desgracia no teníamos materia prima suficiente para mantener el portal lo que quisiéramos, pero no le negaré que nuestro primer plan era combatir a nuestros destructores para después dominar este mundo — admite Josef — . Hubo mucho debate, al final se decidió por la mera venganza y la colaboración entre mundos. Conseguir materias suficientes para poder crear una infraestructura en nuestro tiempo que mantuviera el portal abierto de forma indefinida.
— En mi tiempo no hacía falta más que el magma de un volcán y un artefacto del que no pude obtener información. Inventado por usted; u otra versión de usted.
— Es una buena forma de extraer energía, no se me había ocurrido. A mi yo de ahora, claro. — sonríe Josef — Entonces, ¿se unirá a mi equipo?
— Mi único interés en este momento es el poder volver a ver a mis seres queridos, si me presta sus conocimientos creo que lo conseguiré — explica Aren.
— Le he dicho que esa opción ya no es viable, su línea temporal sólo ha permanecido en ésta justo el tiempo antes de destruir la esfera que dice que le trajo a este mundo. No va a poder volver. Ni siquiera tiene idea de cuál es el momento en el que abrió el portal en su mundo.
— Tengo un año de referencia, puedo volver en una fecha aproximada y probar.
— ¿Y cómo va a generar el segundo portal que abra para poder acceder al futuro desde el que ha creado para ir al momento de convergencia? ¿Con qué energía? ¿Y en qué momento vuelve a la convergencia de mundos? Tiene que abrir el portal un instante antes del momento en que llega aquí o la sucesión de acontecimientos le devolverá a un futuro impreciso. Pero, aún así, al estar en esta línea temporal, ya ese futuro no será el mismo, porque sabemos que usted llega a esta línea. — Josef mira a Aren que está algo abrumado con tanta conjetura repentina — Seguro que usted le ha dado las mismas vueltas, olvide esa locura, siento que haya perdido a su familia, pero no conseguirá más que desesperarse. Aquí puede hacer mucho más. Puede resultar duro, pero debe olvidar su vida anterior porque no la va a volver a tener. aferrarse a ella le podría llevar incluso a la locura.
Aren asiente despacio sopesando las palabras de Friesenhaeuser. Los pulgares de sus manos entrelazadas giran entre sí.
— Señor Friesenhaeuser, lo he pensado mucho y he llegado a las mismas conclusiones pero, aquí no tengo nada — dice apenado — . Al menos, si no me sale bien, estaré tranquilo conmigo mismo, sabré que, al menos, lo intenté.
Josef mira a Aren preocupado, su rostro está comprimido, a punto de lanzar un grito de reprimenda pero, en unos momentos, relaja su expresión de nuevo.
— Venga con nosotros y trabaje en su proyecto, seguro que también nos será de utilidad a nosotros y, quién sabe, en el proceso puede que cambie de opinión. — Aren mira a Josef con enojo y éste se percata de ello — O encuentre una secuencia de acciones que le permita volver con fiabilidad.
— No negaré que es quizá la mejor opción que tengo ahora, no puedo rechazar su oferta — comenta Aren apático.
— No se arrepentirá, señor Hagemann, téngalo por seguro.
Josef se acerca hasta Aren con la mano tendida, este le devuelve el gesto y ambos se dan un apretón de manos.
— Le encantará nuestra base, que creo que en breve tendrá la consideración de nación — explica Josef animado — . Ya sabe, gestionar nuestros recursos sin injerencias. Todo muy burocrático y divertido.
— ¿Y dónde está la base? — pregunta Aren intrigado.
— Bueno, es un lugar un tanto peculiar, una base secreta de una antigua guerra, situada en el polo sur del planeta. En nuestro tiempo quedó destruida, pero aquí sigue estando. No es muy acogedora, la verdad, pero ya nos arreglaremos, el territorio es muy amplio, nos irá bien.
Aren se levanta de la cama con algo de dificultad, se acerca al cajón metálico, desliza su mano por la superficie y termina dándole un par de palmadas, como si fuera una fiel mascota.
— Le debo una armadura…