Convergencia (XIII)
Gestos sin palabras
Aren no deja de darle vueltas a la batería que tiene entre sus manos, es muy similar a la que ha vuelto a colocar en su armadura, la única diferencia entre ambas son el desgaste de su batería debido al paso de los años, o siglos, y los paneles desplegables que le instaló para poder recargarla solo con la luz y el calor del sol.
— Los paneles que ha instalado en su batería la convierte en un objeto único, su autosuficiencia hace que su equipo sea muy poderoso — dice Josef, ataviado con una armadura, mientras opera la parte trasera del exoesqueleto de Aren — . Y su diseño, mecánico al ciento por ciento, la hace un arma muy poderosa contra las armas tecnológicas del ejército que combatimos.
Aren no retira la mirada de la batería, la gira y observa absorto. Ni el sonido del vehículo de transporte aéreo o el ir y venir de soldados de un lado para otro, nerviosos, lo saca del trance.
— Señor Hagemann, ¿puede pasarme la batería, por favor? — pregunta Josef, también abstraído con el trabajo en la armadura de Aren.
Aren levanta la mano por encima de su hombro y le tiende la batería a Friesenhaeuser que la coge y empieza a unirla a un cableado que ha sacado del lugar donde tiene el exoesqueleto anclada la batería solar. Tras unos minutos de operaciones y clics, Friesenhaeuser coloca la batería unida por un cable junto a la botonera de la muñeca de la armadura de Aren. Con cuidado, empieza a fijar el cable que sale de la espalda de la armadura en la parte anterior de los elementos metálicos de ésta; el cable deja de verse, permaneciendo oculto y protegido tras la armadura.
— Ha hecho un buen trabajo fijando y protegiendo el cable y la batería, señor Friesenhaeuser — dice Aren, examinando el brazo donde tiene la nueva batería.
— Es algo temporal, si seguimos con vida de aquí al final del día, podré poner algo más adecuado y mejor protegido — comenta Josef, quitándose mérito.
Aren levanta el antebrazo y toca la batería que tiene ahora junto al panel de control, está anclada de forma aparatosa pero estable a unas pestañas que posee la armadura. En el lateral que puede ver Aren, Josef ha pegado un interruptor.
— Es curioso que la armadura tuviera esos enganches, han sido muy útiles para enganchar la batería a ellos sin problema, aunque está algo expuesta. De todas formas, nuestras baterías son muy resistentes, podría usarla como escudo en caso de ser atacado cuerpo a cuerpo. Pero no se cubra con ella si le disparan, porque es muy probable que la rompan — explica Friesenhaeuser.
— Retiraré el brazo y dejaré que me den — dice Aren, esgrimiendo una leve sonrisa — . Los anclajes son para las placas de la armadura — explica — . Dan una gran protección contra gran variedad de proyectiles y explosivos. Las quité para facilitar mi movilidad y aligerar el peso de la armadura. Nunca pensé que la fuera a utilizar en una guerra, la verdad.
Friesenhaeuser sonríe.
— El botón es para activar la batería en caso de que la que tiene puesta su armadura se consuma, es mecánico, así que seguirá funcionando tras un impulso electromagnético. Aunque las baterías quedarán descargadas de todas formas — explica Josef, haciendo una pausa — . Si tuviera que ponerle alguna pega a la utilidad de su armadura, esta sería referente a la ubicación de la batería: le impide cambiarla en caso de emergencia. Se podría ver expuesto si se le agotara en un mal momento. Cuando todo termine, se la podría adaptar para que estuviera en una posición más accesible.
— Creo que nunca he agotado la batería en mis incursiones, incluso cuando he tenido que desplegar todo su poder — confiesa Aren — . Supongo que, en una batalla prolongada, podré probar sus limitaciones. Además del dispositivo temporal que me ha colocado.
— También si se rompiera la batería principal, no lo olvide — añade Josef sonriendo.
— Cierto.
— ¡Atención, nos acercamos al objetivo! — la voz de la capitana Sesay suena atronadora por la megafonía del avión. Los soldados se paran a escuchar con atención — . Nuestra flota bajará en un punto caliente, es decir, nada más salir, habrá que replegarse para buscar cobertura, la aviación nos dará apoyo, pero será temporal. Sabéis bien que tiene otros objetivos prioritarios. El nuestro es hacerlos retroceder o, al menos, mantenerlos cerca del perímetro de influencia de su portal.
La tensión del lugar atenúa incluso el sonido de los potentes motores del vehículo. Casi al unísono, los soldados se colocan sus cascos y se miran a través de ellos, algunos aprietan con fuerza las empuñaduras de sus armas, hacen pequeños grupos, en silencio, asienten los unos a los otros. Friesenhaeuser se levanta y se dirige a un grupo de soldados que, en lugar de portar armas de asalto, llevan consigo una serie de pértigas que culminan en antenas parabólicas y que llevan sujetas algún tipo de condensador cuyo aspecto da la sensación de ser bastante pesado. Entre ellos parece que se miran y asienten, como si conversaran en completo silencio.
— ¡Preparaos, soldados! — exclama Sesay, a través de la megafonía — . No tenemos la cobertura de nuestros portales, ¡ni falta que nos hace! ¡Ya sabíamos a qué veníamos cuando nos prestamos voluntarios! Nuestra civilización lleva siglos preparando esta venganza, no permitiremos que vuelvan a destruir nuestro mundo otra vez. ¡No en esta línea que hemos creado! ¡No en este mundo que tenemos que salvar! ¡El que ahora será nuestro mundo! Es una nueva oportunidad la que se nos presenta. Si ganamos, el futuro que se nos deparará será mil veces mejor que el que hemos dejado atrás, mejor que el que nuestros antepasados heredaron y que desearon haber cambiado. Solo hay que hacer que vuelvan por dónde… mejor dicho: «¡cuándo!» vinieron. Salid ahí y reventadles esos putos culos; que sepan quienes mandan ahora.
Los soldados se quedan inmóviles durante unos largos segundos. Nadie, salvo Aren, que observa la escena, se mueve o hace el menor de los gestos. Una mano sobre su hombro llama su atención.
— Perdona, creo que necesitarás esto — Josef, o la armadura que cubre a Josef, le ofrece una especie de arandela en espiral con una pequeña antena a un lado y un tapón en la parte central de su recorrido — . Esto va alrededor de la oreja y esto — explica, tocando con el dedo el tapón — ha de introducirse en el oído. Esto otro — continúa, ahora tocando la antena — debe quedar cerca de la boca. Con esto podremos hablar entre nosotros aunque no estemos cerca. Tiene sintonizada por defecto la frecuencia de nuestra escuadra, si pulsas aquí alternas entre esa frecuencia y la general — sigue explicando, mientras toca con su índice un pequeño botón justo en la parte externa del tapón — . En ella oirás las instrucciones generales y, cuando oigas un pitido en esa frecuencia, será porque quiero que pases a nuestra frecuencia privada. En un principio nos quedaremos detrás de los tipos con armas gordas hasta que no nos quede más remedio que ayudar.
Aren mira el objeto que tiene ahora en su mano y sigue las instrucciones de Josef para colocárselo en la oreja, en el momento que introduce el tapón en su oído empieza a escuchar las voces de la escuadra de Friesenhaeuser recibiendo sus instrucciones. Ahora puede asociar las gesticulaciones silenciosas que estaba viendo con conversaciones. Josef se vuelve hasta el grupo de soldados con pértigas y recoge un par de ellas de un montón que tiene apoyadas en la pared del vehículo.
— Toma — dice, ofreciéndole las pértigas a Aren a través del auricular que tiene ahora colocado en el oído — , esto nos ayudará a evitar los impulsos, al menos una vez — explica — . Cuando avise, el primer grupo las clavará en el suelo haciendo un pentágono. Eres del grupo tres, observa como lo hacen los demás y mantente siempre dentro del pentágono cuando veas que lanzan un ataque con la gran esfera plateada.
Aren asiente.
— Recuerda, cada vez que llame al grupo tres, debes actuar, es algo sencillo y podremos salvar muchas vidas.
La aeronave se estremece con fuerza, como si golpeara algo; en un instante, una compuerta situada en la parte trasera se abre muy rápida, como si cayera por su propio peso, destellos y explosiones inundan el compartimento, así como un artificial aire cálido con olor a metal y azufre.
— Hemos aterrizado cerca y enteros, ese piloto es bueno. Indican que hay un tanque cerca — explica Josef — . Bien, pasad al canal general — comunica Josef en el canal de la escuadra.
Aren pulsa el botón que le indicó Friesenhaeuser en cuanto oye la instrucción.
— …tanque tras la colina, escuadras gamma y delta al flanco derecho, alfa y beta flanco izquierdo, epsilón y zeta fuego de cobertura.
Los soldados, como espoleados, forman para seguir las instrucciones planteadas, un grupo de soldados empieza a salir para dirigirse hacia los lugares indicados.
— Joder, es muy rápido — maldice uno de los soldados.
Los grupos se amontonan en la puerta.
— Otro en nuestro flanco ¿Cómo han llegado tan rápido? — dice, sorprendido otro.
— ¡A cubiert…zzzt!
Se puede oír el golpe de proyectiles en las vigas que permiten abrir y cerrar la puerta de la aeronave.
— ¡Salid ya, tenemos que despegar! — declara alguien del equipo de la aeronave.
Los soldados empiezan a salir apresurados, algunos caen bajo el fuego, otros consiguen, al menos, colocarse a cubierto tras el tren de aterrizaje de su vehículo.
— No quieren que salgamos.
— Nos van a volar por los aires. ¿Cómo han conseguido llegar tan rápido, joder?
Hasta donde ha avanzado con su grupo, Aren es capaz de ver que ocurre: Los primeros grupos se han replegado pero no han avanzado demasiado debido al fuego enemigo que se cubre tras dos inmensos tanques que comienzan a encañonar la salida moviendo sus cañones casi al unísono. En ese momento, dos disparos desde el cielo detiene su maniobra durante unos instantes, tiempo que aprovecha Aren para soltar las pértigas y correr hasta la salida apartando a todo el que se encuentra en su camino con inusitada facilidad. Mientras corre, abre el panel de su antebrazo.
— Espero que esta potencia sea suficiente — murmura — . A la mierda, al máximo.
— ¡Qué está haciendo, Hagemann! — exclama Friesenhaeuser en el canal general, en tono entre asustado y enfurecido.
Aren se planta delante del grupo de la salida, los cañones ya apuntan al vehículo y algunos soldados, apresurados, han conseguido alejarse, aunque la mayoría siguen atascados en la puerta bajo el fuego enemigo que los mantiene encarrilados como el ganado que es llevado a su corral. O al matadero. Aren levanta ambas manos y apunta con sus palmas a cada tanque. Tras un fuerte chasquido, de cada palma brota un gigantesco haz eléctrico que se sacude hacia adelante en un frenesí caótico. La mayor parte de los impactos del haz la recibe los tanques, en un instante, el material con el que están fabricados se ilumina mientras se funde hasta que, en poco tiempo, de su interior brota el sonido de la munición al explotar por ser sometida a calor intenso. Los soldados del ejército que les acosa y que no han podido cubrirse del impacto arden y ruedan por el campo de batalla, los más afortunados yacen inertes o conmocionados. El pavor causado por la extraordinaria demostración de energía eléctrica del traje de Aren hace que incluso los soldados que van con él retrocedan asustados, un gesto afortunado, pues las descargas también han dañado parte del fuselaje de la aeronave que los transportaba. Cuando el camino queda despejado, Aren mira hacia atrás a sus nuevos compañeros de viaje.
— Al once — dice sonriendo.